lunes, 14 de marzo de 2016

AMAR PARA APRENDER


Una de las partes más primitivas del cerebro es el sistema límbico, el paraíso de las emociones que se activa cuando sucede algo que considera importante. Todo aquello que nos pasa y que , además, tiene gran interés para nosotros, nos emociona. Si nos enamoramos nos cautiva la persona amada y solo el hecho de recordarla  hace que experimentemos diversas y maravillosas sensaciones. Pero también lo que nos asusta es primordial, por ello contemplar de cerca un precipicio puede producirnos cierta angustia.

La amígdala, destacado habitante del sistema límbico , se activa ante estos estímulos tan esenciales para nosotros y su activación nos ayuda a consolidar el recuerdo. Precisamente por que nos emocionó. Puede que aún recordemos con claridad el color de los ojos del primer amor aunque no sepamos qué comimos la semana pasada. Es normal. Lo que no nos emociona no se graba de la misma forma en nuestra mente.
 Pero hay otro factor que estimula la amígdala: la sorpresa. El cerebro es un incansable buscador de patrones, de sucesos que se repiten y está en constante comprobación de la normalidad. Por este motivo aquello que nos resulta monótono, lo que  nos aburre  se convertirá en algo difícil de memorizar.
En cambio, la novedad, lo diferente, aquello que se sale de la norma,  nos despierta, nos alerta de que algo no sigue el patrón esperado y ese algo se guarda en la memoria con profundidad.

Por ello si deseas aprender asegúrate de que amas lo que aprendes, indaga en los aspectos más sorprendentes de aquello que quieres dominar porque las tediosas clases donde se repiten los conceptos de forma mecánica silencian nuestro interés, duermen nuestra inteligencia.

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