“En
una isla perdida me hallaba de repente,
bajé
de la barquichuela y me senté en la fina arena
que
pareciese un tupido velo acariciando mi piel.
¡Qué
paraíso terrenal¡.Aquí me siento aislada
del
mundanal ruido de la ciudad,
aquí
no hay polución, ni casas, ni coches,
ni
gente que te pisotee al pasar, ni agobios…
aquí
se respira libertad, paz y tranquilidad.
Correteo
por la orilla de la playa,
lanzo
piedras que bailan al son de las olas,
las
caracolas esparcidas sobre la arena
se
han convertido en una hermosa gargantilla
que
adorna mi cuello.
Me
zambullo en el ancho mar como pez en el agua,
mar
que pareciese un manto de esmeraldas,
envuelto
en una fresca brisa perfumada.
Me
embriago de las cristalinas gotas del mar.
¡Todo
un paraíso para mí sola¡.
En
el cielo azul veo unas gaviotas revoloteando,
y
luego se posan en las rugosas rocas desquebrajadas.
Por
allí veo cocoteros y palmeas
por
los que quiero trepar.
Desde
el cocotero diviso una botella acercándose a la orilla,
y
dentro hay u papelito enrollado.
Lo
leo y dice: Tú vives en libertad,
Y
la libertad de vivir en paz,
vale
más que todo el oro del mundo.”
María del Carmen Samaniego García
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