miércoles, 7 de octubre de 2015

A TRAVÉS DEL CALLEJÓN OSCURO: prejuicio y supervivencia




La existencia está orientada a la supervivencia, a costa de lo que sea, incluso de la realidad. 
Cualquier cosa que nos ponga en peligro será rechazada para mantenernos "a salvo", el miedo sirve justamente para eso. Y es que se trata de una alarma que se activa cuando nos sentimos amenazados. Es fácil imaginar cómo nos comportamos cuando, ante un peligro físico , todo nuestro cuerpo 
reacciona y y tratamos de salir de esa situación desesperadamente porque nuestra vida está en juego: huímos o luchamos.
Pero en muchas ocasiones no nos encontramos en uma situación de vida o muerte y sin embargo la alarma del miedo se dispara porque el ser humano tiene una mente metacognitiva. Somos otra cosa distinta a toda la vida que conocemos. El ser humano advierte también el peligro emocional y ha desarrollado una amplia gama de recursos que le permiten anticipar situaciones en las que pueda verse juzgado o puedan verse comprometidos sus sentimientos para evitar el dolor emocional que ello conlleva.Eso también es supervivencia.
Una de las estrategias que utiliza el ser humano desde que nace es usar la experiencia,el aprendizaje para poder conocer y para poder prever. Nos conviene saber, porque según lo que sepamos tendremos más opciones a la supervivencia. 
Por eso generamos creencias que nos permiten juzgar rápidamente las situaciones nuevas como por ejemplo evitar en plena madrugada pasear por callejones sobre los que cuelgan muy mala fama, e incluso sentir escalofríos al pasar cerca de ellos, aunque nunca hallamos estado allí. Tal vez ese miedo se corresponda con una de tantas ideas que dejaron escritas nuestros padres en nuestra mente infantil sobre lugares oscuros y solitarios donde ocurrían cosas terribles. El cerebro vaticina un "en las callejuelas oscuras pasan cosas terribles: peligro!- por lo tanto mejor no exponerse". Eso es un prejuicio, pero ellos nos han salvado muchas veces la vida, así que el ser humano, como especie, usa los prejuicios como mecanismo simple para evitar lo que le da miedo, por si acaso es peligroso.
Desafortunadamente, esto ocurre con otras muchas ideas que, aunque tienen el mismo objetivo, evitar el peligro, pueden estar vinculadas (según nuestra experiencia personal) a elementos que en sí no tienen porque estar ligados a circunstancias peligrosas.
Imaginemos que las ideas que tenemos grabadas respondieran al axioma incierto y no comprobado (irracional) "No eres suficientemente bueno". En este caso lo que nos puede poner en peligro ¿qué es? nuestra integridad emocional, nuestra autoestima. Si uno no se cree lo bastante bueno, lo suficientemente competente o apto, no se pondrá en situaciones en las que se le tenga que valorar puesto que lo único que podemos esperar es que nos califiquen de "malos".
Así si a alguien con esta creencia se le propone que de una conferencia, su respuesta coherente será que no puesto que la mente entiende "la gente te va a evaluar pero tu no eres lo suficientemente bueno: peligro! - su opinión sobre ti será negativa".
Nos duele la autoestima cuando pensamos en el rechazo por parte de los demás puesto que somos gregarios, por eso la amenaza emocional es tan poderosa como la física.
En definitiva seguimos desarrollando ideas no comprobadas y solo sustentadas por nuestra creencia, por nuestra fe absoluta en ellas. Generamos prejuicios, hacia los demás, hacia el mundo, incluso hacia nosotros mismos y no siempre nos son útiles ni beneficiosos, aunque en algún momento de nuestra existencia prehistórica este mecanismo nos salvara la vida y eso permitiera que nuestros genes conservaran esta estrategia que nos propició cierta ventaja evolutiva.
La mente anda segura sobre el camino fácil aunque ese camino sea autodestructivo. Por eso es tan difícil desprenderse de las ideas que en realidad son cuestión de fe, porque jamás se comprobaron.
Es difícil deshacerse de ellas porque, al perderlas, nos sentimos desnudos en un lugar nuevo que nos amenaza con sus peligros imaginarios. Tendríamos que aceptar el miedo, recordar a dónde nos llevaban nuestras creencias y atrevernos, por fin, a cruzar ese callejón oscuro.

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